El desafío del conocimiento científico

 
por María Soledad Córdoba

Estamos habituados a ver y medir el avance de la ciencia a partir de sus objetos, es decir, de sus resultados materiales. Una nueva tecnología, un nuevo aparato, un nuevo procedimiento o técnica, una nueva cura. Pero rara vez se piensa en el impacto que el conocimiento científico en sí mismo posee para el desarrollo de una sociedad. El conocimiento no se reduce a la materialidad de un nuevo invento o descubrimiento, sino que su impacto se difunde en distintos aspectos y actividades humanas: el conocimiento científico impulsa el desarrollo de nuevas habilidades, modalidades de organización y gestión, formas de trabajar, incluso promueve nuevas formas de pensar y hasta de relacionarnos.

Revolución Digital en el Agro

Revolución Digital en el Agro. Fuente: https://www.research.bayer.com/en/digital-farming.aspx

Podemos pensar en el ejemplo del impacto que tuvo el conocimiento en genética para el sector agrícola. En principio, se podría pensar que el resultado concreto fue la creación de semillas modificadas genéticamente con determinadas características deseables para un inversor del sector: producir más, producir durante todas las estaciones, crecer en suelos secos o demasiado húmedos, adaptarse a un clima diferente, etc.. Sin embargo, hoy por hoy, cuando los agroempresarios dicen “estamos sembrando ciencia por metro cuadrado” están pensando en algo más que en estas nuevas semillas. A fines de los años noventa, el grupo de empresarios e inversores que impulsó el cambio de la producción agrícola a partir de estos nuevos insumos, vislumbró que la transformación de la actividad en su conjunto sería enorme.

En efecto, el conocimiento que incorporaron las semillas conllevó la necesidad de una nueva organización del trabajo agrícola. Y esto es, no sólo nuevas máquinas, sino un nuevo management, una nueva organización de la gestión de la actividad, una  nueva planificación y modalidad de control de los procesos, y sobre todo, nuevas necesidades y problemáticas.

La semillas necesitaron softwares, programas, protocolos y nuevos estándares; necesitaron incorporar nuevos perfiles de trabajo como informáticos, expertos en dirección de negocios, asesores financieros y asesores de comercio exterior. Porque a partir de las semillas modificadas, la imagen de un productor subido a su tractor, trabajando su propia tierra, dio paso a la del agroempresario con su laptop en mano, controlando diferentes territorios desde sus aplicaciones informáticas o la venta de su producción en China. Las semillas necesitaron nuevas instituciones: cámaras empresariales, nuevas asociaciones o agrupaciones dentro del sector, nuevas alianzas hacia fuera, nuevas leyes, y hasta un ministerio nacional. Y también, las nuevas semillas necesitaron especialistas en relaciones con la comunidad, para poder trabajar la aceptación de esa enorme transformación del sector en los territorios de incumbencia, donde los impactos no serían sólo aquellos deseados.

La ciencia no produjo sólo semillas con valor agregado, sino la posibilidad de posicionar un sector productivo (el agrícola en este caso) económica, social y políticamente, como un sector pujante, productor de riquezas y de beneficios para la sociedad en su conjunto. No sólo quienes ya estaban involucrados y eran parte del sector agrícola, sino toda la sociedad transformó el modo de pensar el cultivo de la tierra y lo que esa actividad significa en términos de posicionamiento internacional del país. No por nada los analistas y referentes del sector hablan de “cambio de paradigma” en la producción agrícola y de “revolución de las pampas”. Tal ha sido la transformación de la actividad agrícola y de cómo se la piensa a partir de la incorporación del conocimiento de la biotecnología en las semillas para cultivo. Tal ha sido el impacto sobre la vida y las condiciones de vida en las localidades cercanas a las zonas de cultivo que han acompasado estos cambios.

El conocimiento científico, entonces, no queda encapsulado en una semilla modificada genéticamente. El conocimiento científico impacta como una gota cayendo en el agua, ampliando exponencialmente los cambios, incluso, hasta los que no podían preverse, en áreas completamente diferentes de la que concretamente es aplicado. ¿Son aceptables o deseables todos sus impactos? Con seguridad no. ¿Son rentables todas sus aplicaciones? Con certeza no, en particular, si los inversores no son capaces de ver más allá del primer impacto de la gota: el movimiento de las ondas concéntricas que la gota genera. El conocimiento científico nos desafía, desafía nuestra imaginación, desafía nuestros posibles, desafía aquello que es aceptable o deseable para una sociedad.

Y decir desafíos es también decir oportunidades. ¿Las estamos viendo?

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