Últimamente escuchamos hablar de la noción de cultura maker. ¿Pero de qué se trata esta tendencia?
Para quienes nos formamos en el campo de la antropología, la palabra cultura es siempre una invitación a desentrañar un universo de relaciones a priori desconocido y a reflexionar sobre nuestras propias maneras de comprender (y por lo tanto nombrar) el mundo. Resulta aún más interesante cuando la categoría emerge, no de la academia, sino de los grupos sociales por los cuales circula. ¿Cuáles son, entonces, los sentidos asociados a la idea de cultura maker?
En principio, el concepto retoma el famoso: “hágalo usted mismo” para darle una vuelta de tuerca. A partir de la pregunta ¿y si lo intentamos nosotros?, el movimiento maker rompe la extensa cadena entre productor, distribuidor y consumidor para crear una figura nueva: el prosumidor. Busca, entonces, independizarse de las grandes marcas y los artículos comerciales aplicando una serie de técnicas y tecnologías existentes. Incluye la fabricación de diversos objetos y productos como instrumentos de música, herramientas y cosméticos, por nombrar algunos.
Implica un presupuesto fundamental: todas las personas poseen la capacidad de crear, imaginar y construir; lo que precisa son condiciones y herramientas que permitan su desarrollo. Se trata, entonces, de un aprender haciendo (learning by doing) que vuelve activo y creativo al sujeto en la adquisición de nuevas habilidades según se presenten las necesidades. Tiene como base dos principios: DIY (Do it yourself) o “hágalo usted mismo” y DIWO (Do it with others) o “hágalo junto con otros”. Comienza siendo, generalmente, un hobby o actividad recreativa y en muchos casos se transforma en una forma de obtener también ingresos.
El origen de la cultura maker se ubica en la corriente cultural norteamericana “hágalo usted mismo” de 1950 con encuentros entre personas interesadas en la mecánica popular. En 2004 el término fue utilizado para referirse a los inventores digitales. Y un año más tarde, apareció la revista Make que se convirtió en un ícono para el movimiento, con el objetivo de divulgar proyectos relacionados a las computadoras, la electrónica, la robótica y la metalurgia.
La cultura maker se aplica concretamente a:
Programas de diseño y fabricación
Medios digitales y espacios colaborativos
Se denomina makers, entonces, a aquellas personas que se apropian de la tecnología, investigan y recopilan información para desarrollar soluciones con diferentes materiales y métodos. “Nosotros pensamos con las manos”, decía Mario Suárez en la mencionada anteriormente.
En cuanto al ámbito profesional, estas características son cada vez más demandadas. Las habilidades y actitudes que la cultura maker involucra son:
Claro que tiene sus límites: no podemos hacer todo nosotros mismos. La interdependencia es parte constitutiva de las sociedades. Sin embargo, de la cultura maker podemos aprender a desarrollar un pensamiento estratégico a partir de aprender haciendo con otros.